jueves, 30 de diciembre de 2010

Un cierto acoso

Tras haber huido a través de pueblos, bosques, valles y desiertos, un hombre se encuentra solo en una casa esperando la muerte. Ha instalado una alarma en los alrededores que podría detectar la presencia de cualquier criatura de estatura superior a un gato. Ha colocado barras de acero en las ventanas. Ha cerrado la puerta con toda clase de candados complicados. Ha tomado, además, medidas extremas: Iluminar todo la residencia, por dentro y por fuera, con luz artificial, para que su propia sombra no cobre vida y lo empuje a la oscuridad. Eliminar todos los espejos y destruir cualquier cosa que pueda reflejar su ser para que esa imagen invertida de su propio yo no lo jale hacia un mundo abominable. Incluso, ha quitado los retratos, cuadros, fotos, libros, radios y televisores para que ninguno de estos objetos pudiese transportarlo hacia las dimensiones que su irreal naturaleza contenía. Pero de nada han servido las previsiones; el peligro ha ingresado. Es imposible para el sujeto dilucidar cómo. Solo es consciente de que ya no se encuentra solo en la vivienda. El miedo surge como una llamarada y nubla su mente.

Cuando el reloj dio las doce de la medianoche, el hombre yacía muerto en medio de la sala. La parte baja de su cuerpo se hallaba repleta de sangre.

Sus espermatozoides, invisibles a simple vista, estaban regados en el lugar, saltando y riendo...

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Cuento: Carlos Enrique Saldivar

Dibujo: Elsa de la Cruz


sábado, 3 de enero de 2009

Mi Amiga Secreta

Por Arturo Mustango

Un día se le ocurrió al gerente general, don Eusebio Ramírez Ladrillo, dar un almuerzo a todas las mujeres del planeta, pero cuestiones coyunturales que no vienen al caso, tal vez un descuido de su siempre alocada secretaria, confabularon para que solo pueda echarse una tragantona con todo el personal femenino de la empresa. El motivo no importa, o solo lo saben aquellas inciertas afortunadas que semanas más tarde, gracias a los secretos auspicios de una invitación en servilleta, conocieron las suites del Hotel Decámeron. Lo cierto es que, entre la zalamera confraternidad de las recepcionistas, los chistes de doble sentido del viejo carretón y las abruptas confidencias de las más altas y recorridas ejecutivas de ventas, varias infelices sintiéndose en el limbo, aprovecharon la vastedad de su experiencia para probar las mieles del protagonismo momentáneo. No les importó interrumpir las francas invitaciones de don Eusebio a la cama, para aquellas tiernas practicantes de administración a quienes el rojo vino parecía a ratos invadir sus mejillas dependiendo de los calibres de sus indirectas.

Estas damas cuarentonas, de distinguido perfil citadino, atacaron formando escuadras y desde los cuatro ángulos de la mesa, hacían oír su opinión, ya sea de la economía peruana, el arroz chino, el presidente Obama, hasta la carabina de Ambrosio. Don Eusebio, que era todo un caballero versado en táctica de blitzkrieg como en artes bizantinas, respondía atinado, lo suficiente para no parecer un arqueológico fauno entre tanta mocedad, es que las practicantes le fueron tomando gusto y acercando, pero no pudo dejar de reconocer que una página de Coelho al día no deja de tener resultados imprevistos en las menopáusicas expuestas al diario trajín de la ciudad de Lima.
Una de estas arpías, fue la que tomando la palabra creyó interesar al gerente por el ambiente laboral de la organización, por eso entendió su deber decirle que el aspecto del personal masculino dejaba mucho que desear; una compañía tan grande, casi una de las primeras a nivel nacional, no podía darse el lujo de tener a conserjes tan mal trajeados, vigilantes que parecían ronderos, personas de mantenimiento que daban temor y sobre todo, énfasis aquí, personal de sistemas que andaba en jeans, polo, zapatillas y barba. En especial, ese chico, ese que ya tiene mas de tres años trabajando con nosotros, Luis Torres, un verdadero cerdo; no lo decía con mala sangre, pero ¿acaso no estamos de acuerdo? Todo se puede aceptar, hasta ser pobre, pero al menos se debe ser limpio.

Ramírez Ladrillo recordó vagamente a Luis, miró a la dama, se rascó la nariz y dijo que iba a hablar con Luciano, el jefe de sistemas, para que aderecen con cloro de pies a cabeza al tunante so pena de liquidarlo sin CTS. Demás está decir que tal comentario fue como si el rey Arturo en persona le hubiera prometido convertirla en querida en las barbas de la mismísima Genoveva durante el resto de la comilona que se prolongó hasta las 11 de la noche, donde también fue aprovechado por ella para pedir otras reformas importantes a su juicio que menos mal Ramírez no hizo caso, obnubilado por otras reformas que pensaba hacer entre las practicantes.


Yo, Luchín Torres, no tengo la vida regalada, en las mañanas estudio en la Villarreal, a veces mis clases se dan en Prolongación Tacna, resulta imposible no impregnarse del olor a orines que vaporiza la calle, mis compañeros no vienen emanando chanel que digamos, las combis que tomo a mi trabajo al mediodía son como hornos microondas para cristianos, hay noches que tengo cursos extracurriculares, imagínense, mis camisas, mis pantalones de vestir, mis mejores zapatos no resisten tamaños trajines. Súmenle a esto el tipo de labor con el que me gano la vida:

-¿Por favor me puedes mover esa impresora para allá que hace mucho ruido?
-Sabes que este monitor no me gusta, así que le dije a tu jefe que me traigas otro.
-Mi mouse no funciona, tráeme otro rapidito.
-¿Tu crees que puedes movernos las computadoras al cuarto piso?, es que no me gusta el primero, ya le dije a mi jefe.

¿Si no había aire acondicionado en pleno comienzo de verano que querían?
Para colmo, la oficina de sistemas se encuentra en los confines del infierno de Dante, abajo en el sótano, en donde queda la cochera. El edifico de ocho pisos tenía el ascensor de empleados malogrado y como yo no era gerente ni hetaira del Emmanuelle, no tenía llave del elevador para ejecutivos. Ir corriendo de un sitio para otro subiendo escaleras apurado no es la mejor forma de conservarse oloroso.

Aparte de la llamada de atención que me dieron, la cual yo consideraba totalmente injusta, tuve que sufrir algunas pullas de mis compañeros. Pero dentro de mí se quedó clavada una duda: ¿Quién sería la arpía traicionera que me había sindicado así ante el gerente y el aquelarre completo? ¿Acaso no arreglaba sus computadoras, solucionaba sus problemas con la hoja de cálculo y encontraba sus correos perdidos? ¿Cuántas veces las saqué del atolladero porque se habían olvidado de grabar un archivo? Hasta les enseñaba cómo se envía tarjetitas de navidad electrónicas a sabiendas de que perdía un tiempo precioso con esas matronas jurásicas.

Juré que me vengaría. Sabría quién es y lo pagaría caro. En navidad yo sería malo. Así que me fui un día a jugar pelota con los mensajeros, el verdadero servicio secreto de cualquier compañía. Nos quedamos tomando por Risso, así entre vasos de cerveza, humo entre la cumbia, Juan Choque, el bravo de la moto de conserjería, bizqueó un poco mientras me contaba los pormenores de la reunión.

-Beatriz Inga viejo, esa mamona creída, esa te ha jodido viejo y por gusto ¡ah! Porque yo soy más cochino que tú.

Entre las luces del amanecer, bajo un tierno villancico que emitía la radio del taxi camino a mi casa a las seis de la mañana, supe que Beatriz Inga sería mi amiga secreta.

Yo no la escogí, fue el destino, un lazo inexplicable entre mi evocación a lo siniestro y las distintas proyecciones de la oportunidad. En realidad le tocó a mi amigo Paco, él trabajaba conmigo en la oficina, formábamos junto a Edgard Lloque y William Barbarán una cofradía casi secreta, porque nadie se fijaba en nosotros como grupo, pero el trueque de papelitos solo lo sabía Paco. Sacrifiqué a Zoilita Zegarra, tierna, gordita, apetecible condimento para las noches de tormento. Pero mi ansia mezquina sería satisfecha. Solo mi camarada sabe que Beatriz Inga es mi nueva amiga secreta.

Pero ni aún a Francisco le he contado para qué quiero que Beatriz Inga sea la depositaria de mis chocolates, caramelos y jugos con que se acostumbra a engreír a esa amistad fabricada. Sería estúpido de mi parte decirle que en el beso de moza que le regalé esta mañana he metido con jeringa una generosa porción de Agarol con sabor a vainilla. Espero ahora con taimado regocijo que no venga a trabajar. Según me han dicho se trata de un laxante potente.

Pero viene, sus anchas posaderas se me antojan como los de una rana monstruosa, sus labios abultados, muy pintados, su cara llena de polvo rojo, es igual que la del muñeco de Papa Noel que han puesto en recepción. Sigue tan feliz que me envenena, paso por su lado, puedo oír su chanzas, su tiempo para hablar como gallina ponedora, mientras que de rato en rato se lamenta de que el trabajo la mata.

Me pregunto si ella pensará un poco en mí, me pregunto si sabrá que yo sé que ella me ha humillado. Yo estoy firmemente convencido de que fue muy ligera en sus apreciaciones, que debió preguntarme por qué mis sobacos trascienden sus sentidos. Quizás esa única vez que la saludé con besito en la mejilla, notó que de mi oreja salía un olor a huevos podridos. Estaba en tratamiento, tenía otitis y mal rayo me parta pero ni un litro de Old Spice iba a disimular la fetidez. No quiero ponerme a su altura, pero una vez la vi bailando en traje típico para las olimpiadas de la empresa, no solo a mí me pareció aberrante ver cómo se le colgaban las dos tetas hasta el suelo. Que yo sepa nadie la ha criticado en una junta por eso.

Y yo sigo poniéndole cosas a sus bocadillos, falta poco para que se celebre el intercambio de regalos, yo no quiero que se enferme de gravedad, pero sí que se pierda el intercambio, que se pierda inclusive la fiesta de fin de año, por eso le metí el abrasivo que empleo para limpiar las computadoras en el jugo que le mandé esta mañana. Solo un poquito, sin embargo, la estuve observando todo el día con gran asombro, su estomago debe ser de fierro, no fue una sola vez al baño, ni se quejó de nada.

Estos últimos días la ciudad se ha vuelto insoportable, el tráfico rezuma de gritos, humo mezclado con calor humano. Veo a la ciudad más sucia pero más brillante. ¿A que se debe esta contradicción visual? Es navidad claro, todo parpadea, los letreros con vida propia son capaces de arrancarme el sueldo de las manos. Le voy a comprar una bolsa de dormir eléctrica a Beatriz. Guardo la secreta esperanza de que pueda electrocutarse. Pero luego desisto de intentar esa sucia jugarreta. Creo que con todos los polvos que le di, los brebajes y las cantidades ingentes de azúcar que se zampó es suficiente. Además, sino le pasó nada, quiere decir que perdí. Es bueno tener un contrincante adecuado para aprender que hay que retirarse a tiempo.

Entonces mi tributo será ese colchón eléctrico, ahora admiro esas tripas invencibles, no por algo Beatriz maneja esa ancha cadera, esa inmensa panza, los venenos al recorrer tremendos tubos deben olvidarse de hacer efecto. En la empresa todos van hacia el comedor, la hora de repartirse los regalos ha llegado. Entre el gentío alcanzo a ver a Papa Noel sentado en el árbol, estoy afeitado, limpio, no hay clases, así que llego al trabajo con tiempo, descansado, oliendo a lavanda.

Todos son llamados por sus nombres, sacan un papelito para que salgas al frente, entregas tu regalo después te dan el tuyo. ¿No es bonito?, dice Luchín Torres. No veo Beatriz, Sofía, una chica simpática de Contabilidad me entrega mi regalo, una crema de ron. Se nota que se tomó sus cuatro segundos para escogerlo, yo hubiera querido en verdad un Transformer, besito por aquí, besito por allá, aplausos, es mi turno, digo Beatriz, no la veo, aprieto mi paquete, el Papá Noel avanza alegre hacia mí, al principio no entiendo, de pronto, despacio, se bambolea, la gente se mata de risa, solo yo entiendo, se cae. Es Beatriz, tras la barba veo sus ojos rojos, esa sustancia amarilla que le sale por la nariz, su barba se mancha con un vómito pestilente, me arrodillo ante ella, vienen tras de mí para ayudarla, le sacan la gorra, hay gritos, piden un doctor, un hedor maldito llena la sala. Aterrorizado me levanto, a trancas y barrancas llego al baño, abro el grifo. Un chorro helado sobre mis cabellos no me permite escuchar los roncos gritos de Beatriz.


FIN

sábado, 15 de noviembre de 2008

Academia de poetas

Sudaba...
Enrojecía...
Pensaba...

Nadie me había preparado para este momento. Ni las largas horas frente al televisor, ni las idas y venidas con el pan para el desayuno y el lonche también. Encontrar una respuesta, encontrar una, nada más.

Nada más sencillo para algunos, y se suponía que debería ser sencillo para mí. Pero no lo era, ¿cómo explicar el asunto? Si ni podía explicarme convenientemente cómo había llegado hasta allí.

Hace unos meses era otro. Veía cine para adultos escondido en el cuarto del fondo. Donde habían tirado el televisor viejo. Compraba el pan y me quedaba con el vuelto; iba a la "U" como todos, estudiaba como todos, y por supuesto, me copiaba como todos. En resumen, hace unas semanas era un sujeto que despertaba, comía, dormía y hablaba por teléfono como todos (tal vez hablaba un poco más que todos), y cuya única singularidad era la de tener el cuarto más asquerosamente desordenado del mundo. Es posible que allí comenzara todo este asunto, pensé‚ en una millonésima fracción de segundo, porque el cerebro es maravilloso para esas cosas. Tan maravilloso que un día traté‚ de ver dos canales al mismo tiempo, con un televisor prestado y me confundí al punto de no querer volver a pensar nada en la vida... la cuestión es que no sé cómo, pero pude ser capaz de recordar en ese preciso momento, cómo es que me había metido en este problema; cómo una cosa había llevado a la otra, hasta terminar en el pico del embudo de la triste realidad, y es así que, un día encontré un papel de color escándalo en el suelo y cometí el error de levantarlo y ponerlo sobre mi escritorio -esa manía mía de recoger todo presumiendo que algún día podrían servir- y bueno, allí encima del escritorio, se entiende que habían un millón de porquerías esperando ser útiles. Y que lo natural hubiese sido que aquel trozo pasara a formar cola... Pero no fue así...

Muy pronto el trozo de papel tuvo que serme útil, cuando me llamó Carol, que estaba bien rica y no pude evitar anotar su teléfono 232258 con la siguiente nota de atención:

OJO: HEMBRA BUENA Y RICA

Y que pocos días después la vieja -mi mamá- me gritara que dejara de ver esas porquerías del canal de los adultos, “porque ya sé que te estás pirateando el cable, ¿crees que tu madre es boba?, ¿crees que soy tu burra?, por último en esta casa todos somos iguales, así que, por favor, inmediatamente te me vas a comprar el pan y algunas otras cosas que necesito urgente y que te voy a decir cuando bajes por la plata”. Y yo con todo lo maravilloso del cerebro humano encima, no opté por otra cosa mejor que anotar la lista del mandado, con el objeto de no olvidar nada, para que a mi mamá, de lo contenta, se le olvidara de que había estado viendo la "La Venus Negra", y que para ello, dentro del millón de cosas que había en mi escritorio esperando ser útiles, el que me fijara únicamente en aquel maldito papel amarillo en el que dormía el teléfono de la rica Carol y que ahora yo escribiera 20 panes, 1 kilo de azúcar, a lot of hot dogs (para abreviar), no podía significar otra cosa que mi asunto era un cuestión del destino, del fatalismo o de energías negativas.


-Pero volviendo a la realidad:
-¿Cuál es tu opinión de este poema?
-Sí, ¿Cuál es tu crítica?


Y ya todos me miran con impaciencia, y en otro segundo mi cerebro vuelve hacia atrás para retomar la retrospección interrumpida, para recordar que desde entonces ese trozo de papel fue mi especie de agenda, mi lista negra o algo parecido. Lo llevaba por todas partes anotando lo "importante", y esto último podía ser cualquier cosa, como por ejemplo el tema de una asignación:


ANEMIA


En ocasiones hacía dibujitos en las esquinas, y cuando estuvo lo bastante sucio lo usé, como ficha para un examen de biología en el cual no recordaba precisamente el perfil biofísico de una nota que hoy ya he terminado de olvidar por completo, y el hecho es que así seguí hasta que un día llegué‚ a llenar completamente el papel ese. Y por supuesto no lo tiré, porque pensé‚ que podría servirme para algo, y en efecto, un día de resfrío estuvo lo suficientemente visible y a la mano como para sonarme los mocos con él, luego de lo cual tampoco lo boté, porque después de tantos usos ¿cómo podía no estar seguro de que volvería a serme útil alguna vez?



Y lo fue... no de la manera que esperaba pero lo fue. Y es gracias a eso que hoy me encuentro en esta situación. Un primo mío llegó de viaje. Vio mi hojita llena de garabatos y luego exclamó: Primo eres un poeta formidable... Le miré‚ con asombro: “No sé de que hablas.” “Cómo que no, este es el mejor poema gráfico que he leído en mi vida.” “¿Poema? ¿Gráfico? ¿Qué es poema? ¿Qué es gráfico?” “No te hagas, es excelente, tus figuras son muy buenas... el sentido -sobre todo- es impresionante,” “¿cuál sentido?” “Toda la futilidad del amor y el esfuerzo humanos cuando se conforman a la limitada esfera de la realización inmediata y superficial, ¡la destrucción de los ritos, la deshumanización del hombre, el camino, la muerte, todo está aquí hecho poesía!”



“Hay carajo... como decirte que no...” -le respondí, no muy convencido de mi presunto genio.



Y entonces vino el concurso, y aquel jurado de grandes hombres de letras que me concedieron el primer lugar en la categoría Poesía mayores y la correspondiente invitación a participar en esa agrupación de escritores despeinados y rebeldes, cuyo líder se había rapado complemente la cabeza y se había puesto una argolla de pirata en una oreja y había escrito casi todos sus poemas cuando se había dado cuenta de que el mundo “era una mierda”, y luego todos entusiasmados con eso de que hay que organizar un recital, “y ahora qué‚ hago” -me dije-, como me digo ahora, que por tercera vez, al sonar el tercer segundo me han preguntado “¿cuál es tu crítica? como ganador de los Décimo Quintos Juegos Florales de la Ciudad de las Flores,” y por lo menos ahora ya sé más o menos, cómo rayos fue que me metí en este lío de tener que hacer públicamente una crítica del poema "MISERIAS", de nuestro gran líder, que lo ha escrito debido a que por enésima vez ha descubierto que el mundo sigue siendo una mierda, y por eso mismo qué puedo decir de:

“Polvo en los ojos
Una luz se ha escondido detrás
de tu detrás,
Cucarachas recorriendo
el delante de tu adelante,
Mujer desnuda
Un disco de postes
se orina sobre el mundo
the word se comprime en un orgasmo
Miserias...
Las cucarachas también se orinan sobre el mundo.”



Bravo, bravo, aplausos, aclamaciones, y ahora la crítica del ganador de los últimos juegos florales, sudor frío, caras atentas, me hago el que no escucho, y entonces transcurrieron los tres segundos que les digo, como no hay más remedio abro la boca -a lo mejor sí soy poeta después de todo- y digo:



“Bueno yo... yo... en primer lugar, me haría a un lado para que no me caiga la pichi.”

Cuento enviado para la revista Casa de Asterión, por Pavel Jaúregui Zavaleta.

Dibujo de Marcos Villanueva
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Roberto Pável Jáuregui. Trujillo, Perú; 1973. Es escritor, conferencista y abogado. Obtuvo la Segunda Mención Honrosa en cuento del XIII Concurso Literario Lindero (1998) y la Primera Mención Honrosa en Poesía en el XIV Concurso Literario Lindero (1999); fundador del Grupo Literario Horda (2000). Ha publicado en diversas revistas y diarios del país.