jueves, 30 de diciembre de 2010

Un cierto acoso

Tras haber huido a través de pueblos, bosques, valles y desiertos, un hombre se encuentra solo en una casa esperando la muerte. Ha instalado una alarma en los alrededores que podría detectar la presencia de cualquier criatura de estatura superior a un gato. Ha colocado barras de acero en las ventanas. Ha cerrado la puerta con toda clase de candados complicados. Ha tomado, además, medidas extremas: Iluminar todo la residencia, por dentro y por fuera, con luz artificial, para que su propia sombra no cobre vida y lo empuje a la oscuridad. Eliminar todos los espejos y destruir cualquier cosa que pueda reflejar su ser para que esa imagen invertida de su propio yo no lo jale hacia un mundo abominable. Incluso, ha quitado los retratos, cuadros, fotos, libros, radios y televisores para que ninguno de estos objetos pudiese transportarlo hacia las dimensiones que su irreal naturaleza contenía. Pero de nada han servido las previsiones; el peligro ha ingresado. Es imposible para el sujeto dilucidar cómo. Solo es consciente de que ya no se encuentra solo en la vivienda. El miedo surge como una llamarada y nubla su mente.

Cuando el reloj dio las doce de la medianoche, el hombre yacía muerto en medio de la sala. La parte baja de su cuerpo se hallaba repleta de sangre.

Sus espermatozoides, invisibles a simple vista, estaban regados en el lugar, saltando y riendo...

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Cuento: Carlos Enrique Saldivar

Dibujo: Elsa de la Cruz


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